Mónica Ojeda es una de las escritoras más reconocidas de la edad contemporánea. Nació en Guayaquil, Ecuador en 1988, y ha escrito novelas como Nefando (2016), La Desfiguración Silva (2015) además de cuentos como Las Voladoras (2020) y Caninos (2017) que han recibido mucha atención y elogio crítico por la exploración de temas transgresivos y el uso de lenguaje como un matrimonio entre la prosa y la poesía.  Por sus obras, recibió reconocimientos como la Mención de Honor del Premio de Novela Corta Miguel Donoso Pareja (Ecuador, 2016), el Premio ALBA Narrativa (Ecuador, 2014), y fue incluida en la prestigiosa lista de Bogotá 39-2017.  Mandíbula fue publicada en 2018 y ha sido traducida a cinco idiomas.  En una entrevista con “Este País” del 8 de abril de 2022, Ojeda describió esta novela como una exploración de “el miedo de crecer, [que] es el miedo de desear y el miedo de devorar lo que amas. Mandíbula va sobre esos terrores reales” (Este País, 2022).

Es casi imposible comparar Mandíbula por Mónica Ojeda a algo que haya leído. Nunca he leído un libro como éste. Leer Mandíbula es nadar, o sea ahogarse, en el lenguaje y navegar los laberintos oscuros de temas y referencias a la cultura pop y la literatura.  Leer Mandíbula es hundirse en el horror de ser una mujer, una madre, una hija. Mandíbula es un libro que me dio pesadillas de cocodrilos y dioses y el amor caníbal. Me devolvió al miedo de la adolescencia, a la incertidumbre de crecer que tortura a todas las niñas por forzarlas a ver a sus cuerpos mientras se convierten en algo desconocido. Madurar es un horror, y Mandíbula es un recordatorio de esto.

La novela empieza desde la perspectiva de Fernanda, una estudiante del Colegio Bilingüe Delta, High-School-for-Girls, quien ha sido secuestrada por su maestra de Lengua y Literatura, Miss Clara, que es el objeto de muchas burlas de Fernanda y sus amigos por sus peculiaridades, y está atada a un sillón con un revólver en la mesa enfrente de ella. Es un principio que inmediatamente fascina al lector.  Fernanda está confundida de por qué está allí, pero Miss Clara le amenaza diciendo que van a tener que hablar sobre lo que hizo.  Esta primera escena establece la intensidad del resto del libro, que opera en múltiples partes y perspectivas, explorando la pluralidad de tramas que afectan a Miss Clara, Fernanda y su culto de amigos: Ximena, Analía, Fiorella, Natalía, y Anneliese, el objeto de todo su miedo, amor y anhelo.  Por esta forma caótica y experimental, Mandíbula le forza al lector a experimentar el horror psicológico que abusa a todos los personajes en sus mentes y sus interacciones.

 Las chicas pertenecen al culto del Dios drag-queen, Dios Blanco, y Dios-madre-de-útero-deambulante que son ídolos creados por la mente de Anneliese. En un edificio abandonado, participan en rituales como “ejercicios-funambulistas” (retos cada vez más violentos y humillantesque ocurren en la habitación blanca), las historias de horror de Annen que son derivadas de creepypasta, y las ceremonias al Dios Blanco. Los rituales son orquestados por Anne, aunque Fernanda se considera su igual, para combatir el aburrimiento de sus vidas privilegiadas y la turbulencia inherente a la adolescencia.  Me recuerda las historias de “affluenza” como en el juicio de Leopold y Loeb en Chicago, Illinois, en 1924 en que dos hombres muy privilegiados, inspirados por las novelas de misterio, el nihilismo y el amor, asesinaron a su vecino con un cincel para hacer “el homicidio perfecto.”  Para defenderlos y evitar la pena de muerte, su abogado discutió que el crimen fue el resultado de sus índoles, que la riqueza obstruye la empatía y fuerza a los ricos a cometer actos peligrosos para escapar la seguridad y el aburrimiento de sus existencias.

Afuera del grupo, Fernanda y Anne tienen un vínculo especial.  Son las mejores amigas, hermanas cobras, siamesas de cadera.  Su relación es predicada en los momentos íntimos, que frecuentemente incluyen los rituales de dolor, como cuando Fernanda muerde a Anne por sus peticiones para marcarla y provocar el dolor además del placer.  Estos actos son símbolos no solo de la sexualidad incipiente sino del amor caníbal que es un tema a lo largo del libro, especialmente en referencia a las relaciones entre madres e hijas, como la madre cocodrilo que lleva a sus hijos en la boca.  La boca y la mandíbula simbolizan el balance entre destrucción y protección, la fuerza y la fragilidad. La boca es como Dios, con el poder de guardar y, al mismo tiempo, de atomizar, y por eso el título del libro.

Aunque el papel de las madres, y el temor que experimentan por sus hijas, aparece como un tema en casi todas las partes del libro, es más obvio en las partes de Miss Clara.  Está obsesionada con su madre muerta, que siempre invade su monólogo interno y quiere transformarse en ella de cualquier manera posible.  Ella es la razón por que Miss Clara es una maestra, para continuar el legado de su madre y asumir su vida, desde su trabajo hasta su ropa, incluyendo el corsé dorsolumbar en que murió su madre. Por su trabajo como educadora, se convirtió en un tipo de madre para sus estudiantes y asumió el papel de disciplinarlas.  Este deseo de ser su madre, al contrario del miedo de Fernanda a convertirse en su mamá, evidencia cómo la influencia de las madres afecta el resto de las vidas de sus hijas. Lo que me interesó es la idea del miedo que los padres tienen a sus hijos, en este caso las hijas.  La madre de Fernanda le evita por el miedo y la sospecha de que su hija fue la responsable de la muerte de su hermano, Martín, tanto como la madre de Miss Clara le teme por su urgencia de imitarla y su ansiedad.  Las hijas tienen miedo de sus mamás y las mamás les corresponden.  La diferencia entre Clara y Fernanda es que mientras Clara quiere transformarse en su madre, como Norman Bates de Psycho que asume la identidad de su madre muerta como un alter ego, el mayor temor de Fernanda es convertirse en su madre.  Las hijas se alimentan de sus madres y las madres se alimentan de sus hijas a cambio.  Es un amor caníbal como se presenta en las teorías de Lacan cuya influencia impregna el libro.

Los rituales, las figuras de los dioses, las experiencias de las chicas y de Miss Clara representan unos temas comunes que encontramos a través de mucha de la literatura contemporánea que hemos leído en este curso: el espectro entre el dolor y el placer, el miedo de lo desconocido, el intento de dar sentido a cosas sin sentido, la locura femenina, la sexualidad y las experiencias queer, y las relaciones entre madres e hijas.  Encapsula muchas partes de lo que es ser una mujer.

El símbolo más profundo en Mandíbula es la blancura que se manifiesta cómo horror y un Dios. Un capítulo es en la forma de un ensayo de Anne escrito para la clase de Miss Clara en que analiza el “horror blanco,” un género que ella inventó, como una representación de la adolescencia, la ambigüedad y la pérdida de inocencia. Se refiere a Melville, Lovecraft, y Poe para explorar lo que es tan temeroso de la blancura.  Representa lo desconocido, que es lo más aterrador de todo.  Al mismo tiempo, la blancura es el horror cósmico, el Dios de nuestros anhelos y miedos más profundos y pervertidos.  El Dios Blanco es la manifestación de todo lo que queremos rechazar sobre nuestras índoles.  Es un símbolo de la realidad que no queremos ver, pero no podemos parar.

La forma y el lenguaje de este libro complejo y deslumbrante contribuyen a crear un ámbito de horror que captura la turbiedad de la experiencia femenina.  Ojeda usa las palabras de una manera que nunca he leído. A veces, es difícil descifrar el significado, pero, a veces, el significado radica en la textura de las palabras como una pintura que evoca emoción en lugar de explicarla.  Esto es el valor de la poesía que actúa por modo sublime, crea horror por medio de la sensación.  Las descripciones combinan aspectos de cultura pop, como referencias a actrices y películas, y también a la literatura, como los cuentos de Lovecraft y Poe, para crear un mundo lleno de alusiones.  Me parece un acertijo en algunas partes, y hay una falta de clausura, pero pienso que la vida, y especialmente la adolescencia, es un acertijo sin clausura.  Este libro captura la frustración de madurar y ser una mujer en un mundo que, muchas veces, no tiene razón.

Al fin, Mandíbula es una experiencia más que una narrativa.  Es algo que va a traumatizar al lector, pero, por el horror, va a forzarle a contemplar lo que significa ser una mujer, una hija, una persona.  No olvidaré este libro.  Pienso que no podré.  ¿Lo recomendaría a alguien más?  No lo sé.  Es difícil de leer, difícil de experimentar, pero pienso que es una imagen muy conmovedora de las mujeres y la locura y miedo de ser una mujer.  Podría analizar y escribir sobre Mandíbula para siempre y cada vez encontraría algo nuevo, pero no estoy segura de que tengo la fuerza de continuar pensando en el horror psicológico de este libro, así que tienes que verlo por ti mismo.